El postmodernismo es el codaste de nuestro tiempo, el soporte vertical que sirve de fundamento a la armazón de la vida en nuestros días, también es la modificación de nuestra mirada hacia el arte que aparece horizontal en todas sus líneas de producción estética. La desvastación modernista o esa suerte de destrucción del tejido urbano tradicional ha perdido el latido que se abre a la nueva esfigmología delicuescente del postmodernismo, en la solmisación que mide un nuevo desvanecimiento de límite entre la vieja cultura de élite y el nuevo populismo despersonalizado de la cultura de masas. No ha habido miliar que haya señalado y anticipado con tiempo la nueva geodesia del espacio postmoderno en el ámbito de la cultura y el nuevo edificio del “todo vale” ha tomado una postura política imbricada en la naturaleza del capitalismo actual con la presencia y la amalgama de rasgos heteróclitos subordinados entre sí en una suerte de eclecticismo ad hoc y de simulacros con una pérdida de los referentes modernos -que al precipitarse en el suelo de la tradición e introyectarse en el tejido urbano como el albugo lechoso penetra en la carne- proponían una mirada y una distancia en el sujeto que el postmoderno con el centón de los clásicos muertos bajo el brazo ha obviado decidiendo integrar su arte en la producción de mercancías en la cintra de la frenética y constante producción de novedades escandidas en el rótulo de lo fungible.
De esta suerte el postmodernismo se caracteriza por los siguientes rasgos constitutivos:
<<una nueva superficialidad que se encuentra prolongada tanto en la teoría contemporánea como en toda una nueva cultura de la imagen o el simulacro; el consiguiente debilitamiento de la historicidad, tanto en nuestras relaciones con la historia oficial como en las nuevas formas de nuestra temporalidad privada cuya estructura <<esquizofrénica>> (en sentido lacaniano) determina nuevas modalidades de relaciones sintácticas o sintagmáticas en las artes predominantemente temporales; un subsuelo emocional totalmente nuevo(…) una nueva tecnología que en sí misma representa un sistema económico mundial completamente original..>>
El texto arriba citado introduce dos conceptos de enorme importancia para entender el nuevo marchamo de la cultura postmoderna, a saber, la historicidad y la esquizofrenia. La primera de ellas puede ser caracterizada como un plano donde el sujeto ocupa una posición fuertemente centralizada -dentro del periodo del capitalismo clásico- que ulteriormente en esta época de capitalismo tardío ha perdido el fulcro que hacía sostener la mirada moderna desplazándola hacia su total fragmentación, en la cual la noción de sujeto como estudio de análisis de posturas post-estructuralistas, cae de forma radical proclamando el final de la mónada o yo burgués produciendo una liberación generalizada de sentimientos debido a la no presencia de un sujeto para sí donde pudieran en sí materializarse convirtiéndose estos nuevos sentimientos en intensidades impersonales disolviendo la durée de la temporalidad subjetiva en categorías más espaciales descentralizando la psyché del sujeto autónomo. La <<esquizofrenia>> lacaniana que se produce en la anomia de este sujeto despersonalizado viene determinada por la ruptura en la cadena significante, esto es, en la obliteración producida entre significante y significado o lo que es lo mismo, entre la materialidad del lenguaje y su concepto o referente depositario del sentido de la estructura gramatical dando lugar a una amalgama de significantes que no encuentran relación entre ellos y por tanto omiten cualquier interpretación fagocitando la conexión entre ellos, una suerte de ruptura en el ínterin temporal que no asocia una cierta unificación entre el pasado, el futuro y el tiempo presente.
<<Al romperse la cadena de sentido, el esquizofrénico queda reducido a una experiencia puramente material de los significantes o, en otras palabras, a una serie de meros presentes carentes de toda relación en el tiempo…>>
Esta sensación de perturbadora irrealidad es el marbete característico de la arquitectura post-modernista donde el concepto de seccionabilidad define una serie de partes autónomas relacionadas entre sí y con independencia entre ellas, vg; en una instalación eléctrica que es independiente del sistema de calefacción, de las tuberías, de la circulación, del aire acondicionado y de los sistemas acústicos de cierre donde al mismo tiempo que se da esa escisión entre los sistemas se produce a fortiori una relación entre ellos y cierta integración, donde los seccionamientos entre alguno de ellos provocarían la descomposición del conjunto haciendo inútil la homeostasis que se daba entre ellos. Del mismo modo y con una mirada más amplia los arquitectos post-modernistas podrían concebir una gran metrópolis como una serie de trozos o sectores semiatónomos, cada uno de ellos guardando su propia identidad imbricados en la base unitaria de la experiencia urbana, navegando de un lugar a otro con idéntica subdivisión como si de un discurso continuo iterado en series de frases con su respectivo significado se tratara. Todo ello puede evocar una suerte de collage que se aleja de cualquier unificación y se pierde en una diferencia radical, empero estar unidas las partes en última instancia en relación al conjunto cuyos bloques semejan momentos asincrónicos de la estructura disparando la atención del espectador hacia diferentes líneas de fuga sin poder concentrare en el ” holon” general o en la figura en conjunto. La arquitectura post-moderna es híbrida y está embebida de una nostalgia hacia el pasado que se rotula en el eclecticismo de estilos pasados con el buril del historicismo y la combinación azarosa sin conformarse a un principio. Existe una diferencia radical entre el moderno y el amante del pastiche de nuestros días y es que el primero aunque caracterizado por un eclecticismo débil, intentaba dotar a sus construcciones de una cierta novedad y agresividad que rompiera con el tejido urbano ya existente y fragmentara la asociación de ideas en la mente del espectador que necesitaría tomar cierta distancia ante la obra para poder interpretarla en un orden temporal. El segundo de ellos, en cambio, no propone tal ruptura en la mirada e intenta la integración de su obra dentro de la urbe, exonerando al espectador de la fricción producida por el edificio modernista, re-absorbiendo este propio edificio en la imitación huera del pastiche proyectando y dirigiendo la mirada del viajero hacia la manifestación cultural más generalizada del arte comercial de la mode rétro.
<<El pastiche es, como la parodia, la imitación de una mueca determinada, un discurso que habla una lengua muerta: pero se trata de la repetición neutral de esa mímica, carente de los motivos de fondo de la parodia, desligado del impulso satírico, desprovista de hilaridad y ajena a la convicción de que, junto a la lengua anormal que se toma prestada provisionalmente, subsiste aún una saludable normalidad lingüística…>>
El pastiche nos lleva indefectiblemente al concepto de historicismo o desbrozamiento aleatorio de estilos pretéritos combinados al albur de las modas dentro de un mundo imagen de sí mismo carente de un modelo al cual dirigir nuestra atención donde los simulacros o copias idénticas a sí mismas son reificadas en sus propias imágenes materializándose de tal suerte en una sociedad que ha engastado el valor de cambio en la ceca de la progresiva primacía de lo nuevo desvaneciendo todo recuerdo de su propio valor de uso donde según el padre de los situacionistas Guy Débord, la imagen ha devenido forma final de la reificación mercantil desde la plataforma de los Mass media como paladines del nuevo ectoplasma. La superposición de estilos sin ningún fin unitario, el intento de reapropiarse del pasado perdido sin ninguna lógica ha hecho perder esta necesaria dimensión retrospectiva de reorientación vital hacia un futuro colectivo, convirtiéndose en una colección de fotografías realizadas por aparatos tan diversos que no reconocemos la acción efectiva que ha llevado a cabo el propio individuo convertido en sujeto colectivo despersonalizado y en un vasto simulacro fotográfico multitudinario. La pintura de nuestra sociedad se despoja de la historicidad cuyo centro fue constituido y gravitó alrededor de un sujeto autónomo, y el historicismo aparece fragmentado como un conjunto de ruinas que se superponen como pantallas de televisión donde cada una de ellas reclama su total independencia exigiendo al sujeto toda su atención, la observación de cada uno de los presentes que nos interpelan poniendo entre paréntesis las asociaciones de ideas que el pasado reclamó para hilvanar el discurso de un referente pleno de significado. El post-modernismo es un Tintoretto sin perspectivas, de planos que fugan en diversas direcciones centrífugas, de objetos sin sentido reunidos en un lienzo descontextualizado y superficial, lo más parecido a un negativo fotográfico con ese aspecto de rigidez tanática que roza la abulia y que no posee la refulgencia cromática de ninguna utopía, mutación del mundo objetivo convertido en un texto co-ligado a la fragmentariedad de la figura humana como cara visible de la mercantilización actual que Warhol deletreó con maestría en figuras pop-star convertidas en imágenes de ellas mismas y asimiladas al neón de los rótulos publicitarios.
Fuente /www.arqhys.com.