La población ibérica tendía a agruparse en núcleos protectores que conformaron las primeras ciudades; éstas solían constituirse en lo alto de colinas y montañas y dentro de un cerro o muralla, de manera que fuera difícil su acceso a pueblos invasores. Esta tendencia a la concentración urbana en lugares altos y amurallados se puede observar claramente en ciudades como Lérida, Sagunto, Tarragona, Ullastret, Olérdola, La Bastida de Mogente, La Serreta de Alcoy, etc. Todo ello formaba parte de una mentalidad de precaución ante un entorno hostil.
El interior de las ciudades estaba constituido por edificios alineados a los lados de una calle central o plaza, de manera que la parte trasera de las casas formase una especie de muro exterior que cumplía nuevamente una función defensiva. Cada ciudad tenía una estructura orignal y diferente, pero todas ellas parecían desconocer el esquema ortogonal de la ciudad griega. Las calles principales eran trazadas con bastante rectitud y siguiendo en lo posible las curvas de nivel; las calles secundarias que enlazaban con las anteriores debían de tener unas pendientes muy pronunciadas.
No obstante, los llanos no fueron evitados radicalmente, si éstos estaban situados en puntos estratégicos, de cara a una vía comercial o cerca de un puerto importante. Lo fundamental entonces era la construcción de una muralla sólida, la correcta ubicación de las torres de vigilancia y la formación de un nutrido y bien armado contingente militar; éste fue el caso de ciudades como La Alcudia de Elche o Córdoba.
www.historiadelarte.us.